4 d’abr. 2012

La ruta de les kasbahs


Las Kasbahs son majestuosas fortificaciones de color arena y ciudadelas abandonadas a su suerte, como esperando ser cubiertas por las arenas del tiempo, guardando las cicatrices de las eras y quizá el retorno de los guerreros. Mientras acogen con agrado a los visitantes que las admiran, el silencio abraza su magnificencia. Este camino generalmente se inicia en la ciudad de Ouarzazate, en el mismo cruce de los caminos que llevan a los valles del Draa, del Dadés y del Ziz, con la vista de las dos primeras kasbahs, la de Taourirt y la de Ait Benhaddou. La Kasbah de Taourit, antigua residencia señorial del jefe de la tribu Glaua, enaltece sus torres y sus almenas de entre una multitud compacta de viviendas. La más famosa de estas fortificaciones, la Kasbah de Ait Benhaddou, emplazada a unos treinta kilómetros de la ciudad, es un castillo de arena ribeteado por almendros en flor, reconocido por su extraordinaria belleza incluso por la UNESCO, que la ubicado dentro de las construcciones que son patrimonio de la humanidad. Camino a la kasbah, el puesto de montaña del Tizi-n-Tichka es el mayor obstáculo que hay que superar cuando se toma la carretera desde Marrakech a Ouarzazate. Por sus yermas laderas surgen pueblos del mismo color que la tierra, donde los pastores beréberes aprovechan los rincones frescos para mantener algunos cultivos a la sombra de nogales y almendros. En esta región el terreno es árido y el clima y el pastoreo excesivo no dejan lugar para los bosques de cedros que abundan en las laderas del Medio Atlas, más al norte. Una vez pasado el Tizi-n-Tichka, un desvío nos lleva al abandonado ksar de Telouét. Levantado en medio de un áspero valle de montaña, la austeridad de sus muros de adobe contrasta con el lujo decorativo de carácter andalusí de las estancias principales. El lugar se favoreció siempre de su posición trascendental cercana al paso de montaña y sus propietarios, el clan Glaui, de su relación privilegiada con el invasor francés durante el siglo XX. Tras la independencia, esta fortaleza, como era de esperar, cayó en el abandono. Es bueno saber que tanto la carretera principal como la huella que desciende de Telouét conducen a Ait-Benhaddou, el más popular de todos los grandes recintos amurallados del sur de Marruecos.

Las místicas edificaciones
La kasbah es un complejo de edificaciones unifamiliares independientes congregadas entre sí para su mejor defensa y protección. En el pasado llegaron a constituirse auténticos pueblos fortificados. Las kasbahs como Ait-Benhaddou fueron grandes pueblos amurallados, diseñados para defender la cosecha y los palmerales que crecen junto al curso macilento de los cauces. Esta hermosa y soberbia kasbah fue construida en adobe con torres almenadas y adornos de ladrillo crudo. Estos pueblos albergaban importantes comunidades agrarias, mercantilistas y guerreras, con una visión particularmente purista del Islam. De economía fundamentalmente agrícola, la sociedad era conservadora y practicaba el cultivo en terraza en numerosos valles de los ríos que desaguan hacia el sur de la cordillera.

Ait Benhaddou
El complejo de barro y piedras está rodeado por una muralla con monumentales puertas, y dentro de ella hay varias estancias y edificios muy antiguos y bellamente decorados y restaurados por las diferentes visitas de los directores de cine que tomaron este sitio como escenario para sus obras, la última que tuvo repercusión fue “Gladiator” con su pequeño circo romano alrededor. La historia cuenta que Ait Benhaddou se hizo fuerte y poderosa en el período de las caravanas comerciales que llegaban desde el sur de África y necesariamente debían cruzar el Monte Atlas y con ello llegar hasta la fortaleza. De lejos la fortaleza parece abandonada y sin cuidado, pero también hay momentos en los que esta región se transforma en un hormiguero de gente preparando escenas para películas. Esto siempre es bienvenido por los habitantes del poblado, ya que el cine también trae trabajo para ellos como extras. Las familias de la zona nunca han vivido fuera de esta kasbah pero todos saben perfectamente qué es un director de casting y cómo conseguir un papel de extras.Durante los calurosos días la gente del lugar casi no se ve en la calle, y parecen perderse entre las sombras de las laberínticas callejas y pasadizos subterráneos. Sin embargo, en el actual pueblo por el que pasa la carretera –muy cercano a la Kasbah-, hay unas tiendas preparadas para los turistas con ofertas de fósiles y minerales, desde cristales perfectos con mezclas de minerales distintos hasta una cantidad increíble de fósiles –que deberían cuidarse como joyas arqueológicas, pero el estado no cuenta con el presupuesto necesario, y parece que nadie aún ha tomado cartas en el asunto. En el pueblo también podrás encontrar artesanías de todo tipo: vasijas de barro, herramientas de hierro, cintos de cuero, lana, vidrio artesanal y unos cuantos pequeños tesoros más, que deberás encontrar estando allí.Aunque el paisaje es árido y rocoso, el agua no falta. La tierra es de de poca vegetación, aunque abunda la palmera datilera, la higuera, el naranjo y limonero, entre otros árboles frutales como el almendro o el manzano. En una visión amplia del paisaje podemos ver diferentes tonalidades de rojo, según la hora del día, con sus numerosas torres fortificadas que parecen adosadas a la montaña. Si se puede, es muy aconsejable hacer una visita al torreón de la antigua kasbah, donde encontrarás maravillosas vistas panorámicas de la región con el Alto Atlas como telón de fondo. Un espectáculo único e imperdible, que te llenará de la esencia atemporal de esta tierra indómita y del modo de vida arcaico y tenaz de su gente.

Los moradores del desierto
El pueblo Bereber es una nación orgullosa que, del mismo modo que supo emplear su posición estratégica para beneficiarse del comercio, la utilizó también para practicar el asalto o cobrar el impuesto de paso. Divididos en tribus, su historia es también la de las disputas entre clanes. De ello dan cuenta los cientos de fortalezas que señalan el curso de los ríos estacionales. Construidas con barro, las cuadradas kasbahs con torres almenadas protegen cada pedazo de terreno fértil. Encajonados entre los altos picos del Atlas y la inmensidad del Sahara, los beréberes de los áridos valles presaharianos han desarrollado desde hace milenios una destreza especial para el comercio, las artesanías y la agricultura. Y han sabido sacar partido a los torrentes que bajan hacia el sur desde las nieves del Atlas. El verdor de los plantíos, cultivados con palmeras, olivos, frutales y hortalizas hasta el último metro, contrasta con la sequedad circundante, donde el desnudo terreno muestra el perfil de un antiguo fondo marino plagado de fósiles y la proximidad del desierto es siempre un aviso de peligro.Lamentablemente en la actualidad muchas de estas fortalezas color desierto empiezan a arruinarse mientras crecen los edificios de arquitectura occidental y las muestras del desarrollo económico, que en realidad no lo son tanto para esta cultura.La artesanía, en forma de alfombras, cueros, cerámica, orfebrería y joyas asalta ahora al turista desde cualquier lugar de los poblados de esta región. La música y la tradición oral son el único patrimonio de una tierra en la que la antigua población bereber se ha mezclado con los árabes y negros subsaharianos que fueron llegando con las circunstancias de la Historia. Felizmente la hospitalidad es virtud y tradición bereber, y un té verde y una larga conversación esperan a quien se deje llevar por un tiempo que en esta región corre más lento. Eso sí, siempre intentarán venderte algo, pero no puede ser de otro modo, ya que ese es su modo de supervivencia desde hace siglos.




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